martes, 6 de marzo de 2012

BRONCEADO ARTIFICIAL

“Donde entra el sol no entra el doctor”, solían afirmar nuestras abuelas, y con razón. Solo hay que pensar en el rol de la radiación solar en la síntesis de la vitamina D, antídoto del raquitismo y del repugnante aceite de hígado de bacalao.

Sin embargo, lo bueno para latitudes medianas y altas, se vuelve ambiguo cuando se aplica a países tropicales, donde se registran durante todo el año unos muy elevados niveles de radiación solar – en particular de radiación ultravioleta (RUV) – y el problema se convierte en cómo protegerse del sol sin renunciar a los efectos benéficos de la RUV.

Adicionalmente, la globalización ha impuesto el culto del cuerpo y la moda global dicta que hay que exhibir todo el año una piel tostada al sol. Un número creciente de mujeres lo hace obsesivamente, víctimas de una patología conocida como “tanorexia”, o adicción al bronceado. A falta de sol, mujeres siempre más jóvenes acuden a centros de estética para realizar sesiones de “rayos uva”, o sea de exposición a lámparas bronceadoras, que pretenden imitar el espectro solar bronceando el cuerpo mediante dosis controladas de radiación.

Este bronceado artificial contribuye, también en nuestro medio, a alimentar el “sueño” de tener un color más atractivo antes de lucirse en bikini.

La realidad es que se entra en las cabinas de bronceado artificial con un sueño y, muchas veces, se sale con una pesadilla. La pesadilla viene de los riesgos de una excesiva exposición a la RUV: cáncer de piel e, inclusive, el fatal melanoma. De acuerdo con la OMS, en el mundo se registran anualmente dos millones de casos de cáncer de piel (un tercio de los tumores nuevos) y 132,000 casos de melanoma maligno, cuyo riesgo se incrementa en un 75% con el sol artificial.

Sin embargo, la certeza real de un cáncer de piel no asusta a las fanáticas del bronceado. Sólo con una amenaza estética es posible despertar el interés en torno a los riesgos de la RUV. En efecto, las mismas señoras que se abanican con el cáncer, reaccionan rápidamente cuando se les informa que una excesiva exposición a la RUV deja “surcos” en la piel (envejecimiento prematuro por ruptura del colágeno), con consecuencias estéticas y económicas imprevisibles.

Ante tanto riesgo, ¿qué hacer?

Prohibir no sirve: lo prohibido atrae más y se vuelve clandestino. De lo que se trata es de aplicar regulaciones estrictas, como: controlar equipos y lámparas, entrenar al personal a cargo de estos tratamientos, obligar a que cada centro tenga un dermatólogo que haga el seguimiento de los clientes, fijar los tiempos máximos de exposición por sesión y el intervalo entre sesiones consecutivas y, sobre todo, informar sobre los riesgos asociados a esa práctica. En todo caso, no debe permitirse el uso de esos aparatos a menores de 18 años, porque a menor edad mayor es el riesgo.

Y sobre todo, sensibilizar a las autoridades de la salud y a la sociedad sobre la necesidad de aprobar a la brevedad una regulación que prevenga daños irreversibles y permita salvar tantas vidas.

1 comentario:

1º F Ciencias dijo...

Me ha gustado este artículo porque es sobre dos temas que me parecen muy interesantes que es el cáncer y el bronceado. Yo creo que no hay que abusar del bronceado y menos de forma artificial solo por estética ya que es más importante la salud. Creo que las solucines que ponen al final del artículos deberían imponerse en los centros de belleza para disminuir estas enfermedades. Me ha llamado la atención que mucha gente se despierte el interés acerca de la RUV sólo cuando hay una amenaza estética (Ej: arrugas en la piel)

Nuria Del Hoyo 1ºF