Las llamadas de atención ya han sido muchas pero ésta, por el prestigio de las voces que la realizan y lo tajante de su mensaje, quizás consiga, por fin, hacerse escuchar. Un renombrado plantel de 22 científicos de todo el mundo, entre ellos algunos españoles del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha advertido de que la Tierra se aproxima a un colapso inminente e irreversible. En cuestión de décadas, si no se toman las medidas adecuadas -algo para lo que, por fortuna, aún estamos a tiempo-, la humanidad se enfrentará sin remedio a un «nuevo régimen para el que no estamos preparados». El panorama desolador incluye carencia de alimentos y de agua potable, enormes sequías, extinción de especies y migraciones masivas de gente en busca de su propia supervivencia «como nunca hemos visto en la historia». Las causas, según explican en la revista Nature, son el brutal crecimiento de la población, la destrucción de los ecosistemas naturales en todo el mundo y el cambio climático.
Desde sus
comienzos, la Tierra ha sufrido cinco grandes episodios de
extinciones masivas asociados a cambios climáticos que han
transformado las características de todo el planeta. El último gran
gran cambio se produjo hace unos 14.000 años, cuando el 30% de la
superficie terrestre perdió la capa de hielo que la cubrió durante
el último período glacial. Desde entonces, el planeta se ha
mantenido más o menos estable hasta la aparición y el desarrollo de
la civilización humana. Sin embargo, los científicos creen que esto
está a punto de cambiar. Y la culpa es nuestra.
Para
empezar, somos muchos y consumimos demasiados recursos. La tasa de
crecimiento anual de la población es de unos 77 millones de
personas, casi mil veces superior a la experimentada hace entre
10.000 y 400 años. Hemos alterado el paisaje gravemente y emitimos a
la atmósfera cantidades ingentes de CO2. «Sí, tenemos motivos para
asustarnos. Hay grandes posibilidades de llegar a un punto de no
retorno, catastrófico, para el que no hay marcha atrás, y las
consecuencias pueden ser enormes para nuestra calidad de vida como
especie. Tendremos problemas muy grandes», afirma a ABC.es Jordi
Bascompte, biólogo de la Estación Biológica de Doñana, que ha
participado en el trabajo.
El
científico compara al mundo con una taza en el borde de una mesa a
punto de caer y hacerse añicos. No parece que se produzcan grandes
cambios mientras se acerca al filo, pero un ligero movimiento al
final (léase, por ejemplo, una subida de temperaturas) y, de
repente, el golpe puede ser terrible. La lista de fatales
consecuencias es interminable. Perderíamos la polinización de los
campos agrícolas -un proceso natural que hacen insectos como las
abejas y del que dependen los cultivos-, muchas especies se
extinguirían y otras se adaptarían, la provisión de agua potable y
de alimentos sería mucho menor a consecuencia de la disminución de
la biodiversidad y aumentarían las zonas mundiales desérticas. «Las
grandes sequías conllevarían grandes migraciones y el regreso de
enfermedades infecciosas que en el mundo occidental creemos
erradicadas», apunta el biólogo. En palabras de Anthony Barnosky,
profesor de biología en la Universidad de California Berkeley y
principal autor de la revisión, «realmente será un nuevo mundo,
desde el punto de vista biológico».
A tiempo de evitarlo
Y todo esto
puede estar a la vuelta de la esquina. Los estudios realizados por
los científicos, según han podido observar en ecosistemas locales,
su particular bola de cristal, predicen que puede ocurrir alrededor
del año 2025. Alrededor de esa fecha, si seguimos al mismo ritmo,
habremos destruido el 50% de los hábitats naturales mundiales. Y en
2045, el 55% (ahora vamos por el 43%). «Es rápido, sabemos las
causas y las implicaciones. Es un buen momento para actuar y
evitarlo. Si la taza está en el borde es infinitamente más sencillo
empujarla hacia el lado adecuado, aunque suponga un gran esfuerzo,
que intentar repararla cuando ya haya caído», dice Bascompte.
Los
investigadores creen que todavía estamos a tiempo de revertir la
situación. Para ello, apuestan por frenar el crecimiento de la
población, reducir el uso de energía per capita en los países del
primer mundo y optar por las sostenibles, emplear los recursos de
forma más racional e intentar proteger las zonas vírgenes de la
Tierra.
Algunos
quizás consideren estas conclusiones demasiado alarmistas. A ellos,
Bascompte les diría que «esa es la realidad. Puede ser dura, pero
es mucho mejor enfrentarse al problema que obviarlo. Es similar a
alguien que tiene un cáncer y pretende ignorar lo que le dice el
médico. Ignorar la información nunca es una buena decisión».
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